Mi verdadero nombre…

Es importante abordar un tema que a menudo se pasa por alto, pero que tiene un impacto significativo en la vida de muchas personas: los nombres. Específicamente, queremos explorar la diferencia entre el nombre con el que nacimos y nuestro verdadero nombre, aquel que elegimos para reflejar nuestra identidad y autenticidad.

Nuestro nombre al nacer puede ser considerado una etiqueta impuesta por la sociedad, una elección que a menudo está determinada por normas culturales, tradiciones familiares o simplemente por las expectativas de género. Pero ¿qué sucede cuando ese nombre no nos representa realmente?

Muchas personas hemos experimentado esa sensación de incomodidad al pronunciar o escuchar nuestro nombre de nacimiento. Puede ser que no se ajuste a nuestra identidad de género, a nuestra cultura o incluso a nuestra personalidad. Es entonces cuando surge la necesidad de encontrar un nombre que refleje quiénes somos verdaderamente.

Este proceso de cuestionamiento y descubrimiento de un nuevo nombre puede ser liberador y empoderador. Nos brinda la oportunidad de conectarnos con nuestra esencia más auténtica y de afirmar nuestra identidad ante el mundo. Sin embargo, también puede ser un desafío, ya que implica enfrentar el juicio y la incomprensión de quienes no entienden o aceptan nuestra identidad.

Es de destacar que cada persona tiene el derecho de elegir su propio nombre y que esta elección merece ser respetada. Nombres que pueden parecer inusuales o «extraños» para algunos, tienen una profunda significación para quienes los eligen. Es a través de estos nombres que expresamos nuestra diversidad, individualidad y la riqueza de nuestras identidades interseccionales.

Al romper con las expectativas y normas impuestas, estamos desafiando los estereotipos y construyendo un mundo más inclusivo. Al respetar los nombres elegidos por cada individuo, estamos reconociendo y valorando su derecho a definirse.